LOS AUTÉNTICOS: LAS MARAVILLAS DE UN DISCO QUE NUNCA EXISTIÓ




Por Miguel Swann


En el corto espacio de los meses que mediaron entre el final de los años setenta y el comienzo de la década siguiente, unos cuantos aficionados a la música (muchísimos menos, hay que decirlo, de los que cuentan crónicas apócrifas escritas a toro pasado y a lomos de caballo ganador) tuvimos el raro privilegio de asistir al nacimiento de algo nuevo. Éramos gente desubicada que habíamos crecido musicalmente a la sombra de los Beatles y que estábamos hartos, o en verdad nunca habíamos disfrutado, del rock progresivo, de los tostones sinfónicos y de los hits discotequeros, por no hablar del casposo adocenamiento de la escena musical española. Y en medio de esa hartura tuvimos, cada uno en un lugar y en un instante precisos que nunca olvidaremos, una iluminación que lo transformó todo.

Surgieron decenas de grupos. Algunos de ellos, los menos, irrumpieron con un Lp debajo del brazo; otros aparecieron con un single o un Ep; pero a los más los conocimos por medio de maquetas, grabadas con medios precarios mas rebosantes de encanto, que sonaban en emisoras de radio marginales, o a través de grabaciones de conciertos.

Hubo maquetas míticas. Quién no recuerda las de Mamá, tan repletas de talento que aún después de la publicación de su primer Ep con Polydor la perspectiva de la aparición de su Lp emocionaba lo indecible, o la de Los Modelos o Tótem, o los directos y tomas varias de Alaska y de Los Elegantes.

Esas maquetas, obviamente, eran tan sólo la tarjeta de presentación de algo posterior que se presumía grandioso. Pero ese algo, cuando llegó, en unas ocasiones se hizo esperar tanto que perdió color; y en otras, reconozcámoslo, fue decepcionante. Diré más: para mí (y es una percepción muy subjetiva) cada vez que uno de los grupos a los que había aprendido a amar en la audición de sus maquetas publicó un Lp, hubo algún grado de decepción. Recuerdo especialmente los casos, ya mencionados, de Mamá, de Tótem o de los Elegantes.

Y aún hubo casos distintos. Hubo grupos en los que la fantasía largamente acariciada de saber cómo sería su disco, cómo sería verlos en Aplauso, cómo podría pavonearse uno de su éxito entre los amiguetes oyentes de radio comercial, quedó en eso: en una fantasía. Y el caso más sangrante fue, para mí, el de los Auténticos.

He dicho muchas veces que comprendí el tipo de mundo cruel en que me había tocado vivir cuando asumí que los Auténticos no tendrían jamás el reconocimiento que merecían. Yo tuve claro desde el día de diciembre de 1980 en el que escuché su primera canción, La Estrella, que eran la continuación de una línea del pop español cuyos primeros tramos fueron trazados por los Brincos y de cuya grandeza nunca, ni siquiera en los ámbitos más marginales, hemos tenido una conciencia nítida. Los Auténticos decían, a su manera, lo mismo que los Brincos habían dicho quince años antes en un ramillete de canciones que no habían pasado a la historia como las más conocidas. (Quiero pensar que no fue casualidad el hecho de que, un tiempo más tarde, esa secuela excelsa de los propios Auténticos que fueron los Brujos se descolgase en una recopilación con una versión de la canción que prefiero en el repertorio de Fernando Árbex y los suyos: "Rápidamente", que estoy seguro de que, si la conocieron, fue la envidia de Lennon y McCartney).

La maqueta de estreno de los Auténticos prometía momentos de una felicidad musical infinita. De entre sus cinco canciones, la ya aludida "La Estrella" y "Mi abuelo" tuvieron una cierta repercusión, sobre todo a raíz de su aparición como single y en un disco de larga duración llamado Ideas, en el que compartían surcos con otros inéditos ilustres, como Dobermann. Pero contenía otras tres joyas que sólo una campaña paciente y persistente de llamadas a los disc-jokeys radiofónicos del momento me permitió ir conociendo con cuentagotas.

"No me importa" es una canción de geometría perfecta. Cada cosa está en su sitio, cada frase y cada dibujo de las guitarras y del bajo encajan como piezas exactas en un ritmo que llena de satisfacción musical. Es por esa perfección geométrica por la que no me acabó de llenar la correctísima versión que hicieron, algún tiempo más tarde, Morcillo el Bellaco y los Rítmicos; el tempo se aceleraba y la arquitectura se tambaleaba. Lo perfecto no se puede tocar.

"Mi sombrero" responde al mismo esquema, pero con mayor espacio para el lucimiento de las armonías vocales, que son uno de los puntos fuertes del grupo. Unas armonías, me atrevo a decir, tan perfectas como las de los Beach Boys, pero con la ventaja sobre éstas de que nunca resultan amaneradas.

Pero la canción absoluta, el logro máximo de esa cierta vertiente del pop español a la que antes me refería es esa maravilla titulada "Hoy la luna brilla más". Es un prodigio de inspiración. Una composición, en su estructura, propia de Lennon, construida sobre una sucesión armónica sencillísima (se puede cantar durante toda la canción, como de hecho hace una de las guitarras, una sucesión de Do a Si y todo cambia permanentemente sin que nada cambie) en la que para colmo la música, sin extraviarse por géneros ajenos al pop, nos habla milagrosamente de lo mismo que sugiere la letra: noches estrelladas en inmensas praderas americanas después de un largo y placentero viaje a lomos de un caballo.

Las cinco canciones referidas fueron la promesa frustrada de ese disco que nunca fue. Aún hubo más: nuevas maquetas, otro par de singles o maxi-singles, todo ello recogido en una casete titulada ‘Canciones perdidas y algo más’… Y luego vinieron Los Plomos, más tarde Los Brujos y siempre Miguel Ángel Villanueva. Cada una de las nuevas estaciones de esa aventura musical merece, por sí sola, un estudio muy detenido. En todas ellas encontramos destellos brutales de genialidad. Pero no debemos incurrir en el error de comparar. La primera maqueta de Los Auténticos es, para mí, única e incomparable; y es cierto que cuando se alcanza la perfección que adornó ese primer trabajo, lo que se impone es la vocación malditista de los poetas simbolistas al silencio y a la extinción inmediata. Cuando todo está dicho, ya no se puede decir nada más… Aunque merece la pena, cómo no, intentarlo.

Esa primera maqueta es, por tanto, el anuncio frustrado de una plenitud que no llegó. Mi sueño, el de llegar una tarde a clase y arrojar a la cara de mis compañeros, aficionados a Supertramp, a Pink Floyd, a Elton John, a…, el Lp de los Auténticos y decirles con orgullo: “¡Ahí tenéis! ¡Mirad de lo que son capaces ‘mis’ grupos!...” quedó en eso: en un sueño.

Pero da igual. Swann, el personaje proustiano que me presta su nombre para mi nick en el foro de Power Pop Action!, me ha enseñado que muchas veces es más hermoso lo que no llegó a ser que lo que fue. Y siempre podremos disfrutar de las canciones que quedaron mientras imaginamos con una sonrisa en los labios cómo habría sido aquel disco.

Web de Miguel Ángel Villanueva

Artículo escrito por Miguel Swann