Ottawa es, a pesar de sus largos y gélidos inviernos, una ciudad agradable para vivir. Situada en el extremo sudeste de Canadá y próxima a los confines de las provincias de Ontario y Québec, ofrece a diario una interesante y variada oferta de ocio. Su población, con un promedio de edad relativamente joven, disfruta de un envidiable nivel de vida propiciado por el auge de una economía local que encuentra en el turismo, en el sector público y en el desarrollo tecnológico, sus principales aliados. Su condición de capital de Canadá le confiere, a mayores, unas excelentes comunicaciones con las ciudades más importantes de Norteamérica. Se trata, por tanto, de un enclave privilegiado. Pero ¿en qué medida estos factores han influido en el auge de la escena musical de Ottawa hasta transformarla en la principal referencia del underground canadiense?
Sobre el terreno, es difícil cuantificar la relevancia que estos indicadores han desempeñado en el crecimiento de estilos siempre tan subterráneos como el garage, el punk o el power pop; quizás entonces, las claves para entender este despegue sean más sencillas y haya que buscarlas en las opiniones de sus protagonistas. Steve Adamyk, en una entrevista para la web alemana ox-fanzine, define a Ottawa como una ciudad pequeña, en la que todos los aficionados a la música se conocen y en la que impera en general el buen ambiente entre los grupos, lo que propicia una especie de competición amistosa entre ellos. No es extraño, por tanto, que ese buen ambiente actúe como una tierra fértil sobre la que germinan numerosas bandas y en la que los músicos encuentran las condiciones óptimas para desarrollar sus propios proyectos musicales o para participar en varios grupos.